sábado, septiembre 27, 2008

La chiloteidad y sus discursos identitarios

Los inmigrantes. Obra de Germán Arestizábal.
Artículo preparado por Claudia Arellano Hermosilla.
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Desde un imaginario colectivo Chiloé ha construido un espacio que vende y promueve hacia el exterior una imagen tradicional y mítica que es capaz de perdurar en el tiempo. Se presenta como un espacio que no se modifica y con una identidad ahistórica que remite a un tiempo anterior mejor que el actual, el que es guardado en la memoria y que es constantemente reproducido para ser ofertado como una suerte de paraíso perdido. Esta imagen de identidad no es sostenible en el tiempo ni el espacio, donde las identidades se transforman, se reelaboran y se combinan. __________________________________________________ La observación de la realidad nos señala que en Chiloé conviven múltiples identidades, debido a las transformaciones ocurridas en las últimas décadas en las esferas económicas, sociales y culturales, producto de la instalación de las empresas salmoneras en esta zona, a partir de la década del ochenta. Ellas han llevado a la isla elementos modernizadores y nuevos grupos migratorios, que portan consigo un acervo cultural distinto, el cual se confronta, compenetra y entrecruza con los referentes simbólicos ya existentes. Esto, a su vez, estimula la formación de nuevos discursos, en donde el sujeto se piensa a sí mismo en relación con los demás. El paisaje identitario chilote se diversifica y se construye como multicultural, al participar cotidianamente con diversas formas de la cultura que se superponen y mixturan; y como multitemporal, al coexistir diferentes tiempos históricos por los que el sujeto debe transitar. Es una sociedad híbrida, cargada de códigos simbólicos diversos, donde conviven lo tradicional y lo moderno, bajo fronteras dúctiles. En este escenario, Chiloé se muestra como un mosaico identitario, donde existe una meta-identidad —la “chiloteidad”— en la cual se entrama una multiplicidad de identidades. Se puede plantear que esta macro-identidad chilota es definida por condicionantes como la historia, con héroes y hazañas particulares; la peculiar geografía con sus fronteras naturales; además de la economía y la tradición. También existen otros baluartes culturales que se han exaltado desde afuera de Chiloé y que responden a este imaginario colectivo: la vida comunitaria, expresada en la minga; la costumbre culinaria, como lo son los platos típicos (“quiero comer curanto con chapalele, milcao, chicha manzana...”); la vestimenta que se presenta como característica, con la lana como material básico; las variantes locales del folclor, especialmente en la música. Todos éstos son elementos constituyentes de la imagen exótica de la Isla. Este estereotipo de Chiloé que se exporta, es producto de la retención de una imagen atrapada en el tiempo, que evoca un romanticismo de aquellas expresiones culturales que poco a poco se están desvaneciendo. El imaginario proyectado vuelve a su base con mayor intensidad que aquella con que salió, realimentando, reelaborando y potenciando el sentimiento emocional hacia la isla. Es una especie de espejo refractario que devuelve un Chiloé utópico, que obliga a sus habitantes a mirarse a sí mismos y les da la posibilidad de reconstruirse. Estas características configuran una identidad aunadora de identidades diferenciadas, las cuales están integradas en un “nosotros los chilotes”, discurso meta-identitario en el cual existen relaciones en tensión y relaciones de poder. Tales relaciones se despliegan en la disputa entre las diferentes colectividades identitarias por poseer el control de “la chiloteidad”. Se distinguen varias colectividades identitarias: la de los chilotes, la de los afuerinos y la de los huilliche. Colectividad de los chilotes
El “ser chilote” estaría conformado por aquellas personas nacidas y criadas en la isla, condición inquebrantable para ser considerado por la comunidad un chilote/a auténtico/a. Chilotes serían aquellos sujetos que tienen internalizados ciertos baluartes culturales. Entre ellos, una determinada noción de tiempo, que implica hacer las cosas según los ritmos tradicionales, es decir, una cotidianidad pausada que sigue el vaivén de las mareas; el espacio, en el sentido de una relación estrecha con la naturaleza, con el verdor, lo que se manifiesta en la necesidad de estar en contacto con el campo, con lo rural, y como éste a la vez se traslada a lo urbano; la lengua, conocida como castiza, con un tono “cantarino”; y la mujer como ser aglutinador de la familia, como autoridad concreta en el quehacer cotidiano que no es visualizada bajo el poder simbólico del hombre. Podemos, así, encontrar discursos como el de los chilotes más “tradicionalistas”, que resaltan estas características culturales como valores esenciales para su cultura e identidad. Al chilote tradicionalista se le acusa de fundamentalista, por exacerbar su condición de haber nacido y haber sido criado en Chiloé. Desde su punto de vista, ello le otorgaría el poder en la toma de decisiones sobre la isla y le permitiría deslegitimar a toda persona que no posea esa misma condición, además de autoidentificarse como único portador de la identidad chilota. Los sujetos que portan este discurso en su mayoría participan en las actividades culturales de la isla como agentes reafirmadores de la identidad, tanto en el plano político como educacional e intelectual.
Colectividad de los renovadores y afuerinos Entre los portadores de este discurso, podemos encontrar a los sujetos que se alejan del discurso tradicionalista, que tienen una postura más permeable a los cambios modernizadores, que no ven en ellos una amenaza a la identidad chilota; muy por el contrario, incorporan en sus concepciones elementos globalizadores como un medio para fortalecer la propia identidad. La que hemos llamado “colectividad de los renovadores” abarca, por un lado, a aquellos chilotes —nacidos o no nacidos en la isla— que comparten un discurso común en pro de la coexistencia entre tradiciones y prácticas socioculturales isleñas y elementos o fenómenos globales. Su apuesta es a la reelaboración y convivencia de prácticas y modos de vida diferentes; a utilizar los beneficios y facilidades que entregan los avances tecnológicos y modernizadores; a apropiarse de lo foráneo y traducirlo a sus propias lógicas locales; por último, a decodificar los mensajes de acuerdo con sus propios códigos culturales. Por otro lado, en este grupo están los que apuestan por la modernización de la isla como medida necesaria para mejorar la calidad de vida, haciéndolo sin un arraigo emocional en la cultura, tradiciones y prácticas culturales chilotas. Están ligados a este territorio en términos económicos-laborales, por lo que podríamos catalogarlos como “afuerinos”, debido a su condición de inmigrantes y por su no integración a la sociedad chilota. Ello ha derivado en que la reflexión sobre el “extranjero” (o el “extraño”) se haya incorporado en el discurso chilote, especialmente el de la colectividad tradicionalista, como forma de caracterizar la situación de los afuerinos; es decir, aquellos que no han nacido en Chiloé y que por distintas razones residen allí. Desde este vértice, por más que se vean integrados a la cultura, que asuman conductas y en cierto modo se amalgamen al “ser chilote”, siempre van a ser considerados como “los otros”. El “otro” es aquel sujeto que tuvo que migrar a la isla por trabajo, ya sea en la industria salmonera, pesquera o en servicios asociados a éstas; es el que no ha desarrollado afectividad con la isla y expresa en forma explícita sus deseos de retornar a su lugar de origen, aunque por contratos laborales está obligado a mantenerse en ella. Su sensación de inconformidad se traduce en una crítica permanente a la forma de ser del chilote, a su estilo de vida y, por sobre todo, a la precariedad de los servicios urbanos. De allí que generalmente sea él quien manifiesta apoyo al ingreso de la modernización y nuevas tecnologías a Chiloé. Los afuerinos residentes por trabajo reproducen a menor escala un estilo de vida similar al de su lugar de procedencia; así, de un tiempo a esta parte, han instalado en la isla estándares de vida ajenos a los que allí existían. Por ejemplo, colegios particulares como Cahuala, provocaron que se acentuaran las diferencias socioeconómicas en la ciudad de Castro, ya que antes de su creación todos los niños y niñas de las diferentes clases sociales participaban de los mismos espacios educacionales; lo mismo ocurrió con lugares de recreación, como pubs y barrios residenciales exclusivos. Colectividad huilliche Actualmente, en Chiloé se denomina huilliche a todo aquel que porta apellidos indígenas; sujetos que se autorreconocen como tales y que viven en comunidades rurales o en territorios urbanos de la isla. La particularidad de los huilliche que residen en la isla es que, a pesar que existe gran número de población indígena que no se reconoce como tal —por el proceso de blanqueamiento conocido en todo el ámbito latinoamericano y que acá se expresa en la “chilenización”—, ellos reivindican desde su condición de urbanidad el pensamiento indígena. En tanto mantienen una identidad imaginada y persisten en ella, reviven el tema de la lucha por el “territorio huilliche”, factor que refuerza en la memoria colectiva la idea de ellos como los primeros habitantes de la isla; por tanto, serían los auténticos portadores de la identidad chilota. En el marco de esta colectividad se pueden vislumbrar dos facetas. Por un lado están aquellos huilliche que no participan activamente en ningún tipo de instancia indígena, que no se plantean la condición étnica como un rasgo fundamental de su identidad; muchas veces reniegan de ella, a diferencia de los que sí basan su identidad en la alteridad indígena/no indígena, y que practican y recrean su cultura. Es importante mencionar que estos últimos trabajan activamente en organizaciones sociales indígenas que les permiten acceder a proyectos del Estado, sin perjuicio de levantar una bandera de lucha como pueblo. Existen varias organizaciones huilliche, las cuales tienen objetivos distintos, pues interpretan el ser huilliche y dan respuestas a las necesidades de éstos de manera diferenciada. Pero, un rasgo que atraviesa a estas organizaciones es su significación y relación con la tierra, elemento primordial en las sociedades indígenas. Pese a que los huilliche urbanos no la habitan en su cotidianidad, participan del sentimiento imaginario del territorio huilliche. Comparten una memoria colectiva común, con relatos que evocan a héroes indígenas, hazañas y a un pasado histórico compartido. De la misma forma, también han heredado el sentimiento de ser objeto de una discriminación negativa que se sigue reproduciendo en la actualidad. La revitalización que se ha producido en las últimas décadas en la sociedad huilliche ha forjado un proceso de etnogénesis acelerado, proceso efervescente de creación de identidad que no es ajeno al devenir de la velocidad de los tiempos. No olvidemos que en la década de los ochenta sólo existían cuatro comunidades y hoy existen alrededor de cincuenta. Este proceso -que no está desligado de la promulgación de la Ley Indígena Nº 19.253 del año 1993- ha facilitado la reconstrucción de innumerables comunidades, así como la revalorización simbólica de los elementos y rasgos que forman parte de la identidad indígena de nuestro país. Finalmente, todo lo anterior indica que la creciente necesidad de reencontrar y resignificar parte de la cosmovisión indígena, no se remite sólo a mantener aquellos elementos duros de la identidad, como el lenguaje, la vestimenta, la religiosidad; sino a incorporar componentes nuevos y ajenos, como Internet, por ejemplo, para reforzar y estimular estos procesos.

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