sábado, septiembre 27, 2008

Delia Domínguez: La Abuela de las Grandes Tierras del Sur

Fotografía de Delia Domínguez, por C. Domínguez. Entrevista de Claudia Arellano. _____________________________ La poeta Delia Domínguez es una de las autoras consultadas en la investigación Antropología Poética del Sur de Chile / en busca de la Suralidad. Postulada en más de una ocasión al Premio Nacional de Literatura y portadora del castellano característico de los campesinos del sur, la escritora ilumina este espacio con su pensamiento y su modo de comunicarlo. _____________________________________________________ Arriba del caballo Mis arraigos vienen desde los tiempos coloniales del sur... Hace como veinte años los poetas jóvenes me empezaron a decir abuela Butahuillimapu, que significa “abuela de las grandes tierras del sur”. Eso me emociona. Ellos son producto de la oralidad, fíjate, no de la academia. Graciela Huinao, por ejemplo, dice que su primer silabario fue el fogón de la ruca. Ya tengo 76 años, pero doy gracias a Dios por mantenerme con las ampolletas encendidas. Es que toda mi vida he estado en actividad…Siempre me gustó cabalgar, fui campeona de natación, aquí en Santiago…¡Nunca he sido una vieja sentá!. Mi primera niñera fue una yegua… Pancha, se llamaba… Era chiquitita, una pony, porque mi mamá murió cuando yo tenía 5 años. Siempre he sentido que yo no habría sido poeta si mi mamá no se muere. Porque yo no tenía con quien hablar y entonces le hablaba a ese caballo. Tuve una abuelastra alemana que me amarraba en la montura, en los pellejitos, para que yo no fregara. Y le pegaba a la yegua para que se moviera y yo pasaba todo el día arriba del caballo. Así que me crié con la gente del campo. Tomaba agua en la fuente de las perras. Me crié rascándome con mis uñas. Señales de una poesía mestiza Mi discurso de incorporación a la Academia de la Lengua como miembro en el año 91 se llamó “Señales de una poesía mestiza en el paralelo 40 sur”. Allí hablo de todo el tema que están ustedes trabajando. De la identidad, de los ancestros, del clima, del territorio, del paisaje humano y el divino, lo que es inexplicable…Incluso cito un poema de Huenún, para darle identidad, fíjate.Y hablo de todas estas influencias y de la cruza de sangre. Para mi lo esencial es conservar a prueba de fuego la identidad humana de quienes hemos nacido en el paralelo 40 sur. Las imágenes literarias o metáforas en la lírica propia nacen pegadas a la tira del ombligo, a la leche primeriza que me goteó los sueños y realidades desde el pezón de las abuelas, de las madres que fueron valientes para mantener en pie las ideas de libertad y valentía para crecer poeta en medio de una naturaleza desafiante y raspadora de huesos. El símbolo o imagen en mi escritura es, en primer lugar, el ser humano, la persona; y luego el entorno geográfico, el clima y las distancias. El sello de la Suralidad Siempre, desde que escribí La Uva, mi primer poema, a los siete años, mi lenguaje ha sido conversacional, auténtico y campesino, directo al hueso. Jamás he pretendido posar de culta o académica y de lucir como la pura intelectual que pregona sentencias rebuscadas para ciertos elegidos. La creación de las mujeres en las distintas expresiones del arte, tiene un sello marcador de origen, la suralidad, como ustedes le han puesto. Para mi, vieja en estos pasos líricos, es motivo de orgullo comprobar como, en la literatura y en la pintura, las nuevas generaciones nacen y crecen implantando un sello, una atmósfera que se palpa hasta en el olor de las tintas, o en el trazo definido del color y los pinceles. La identidad está asociada al ombligo, donde diste tu primer grito. Después la gracia está en que ese ombligo no deje de alimentarte de los ancestros que vienen desde los bisabuelos a los abuelos. Es un sello, un cuño que tenemos y que no lo entiendo referido sólo a local. Siento que la latitud sur pasa por Australia, por otros países del hemisferio. Es una cosa esencial… lo veo en los poetas argentinos del sur, por ejemplo. Hay una cierta Patagonia en común, con un lenguaje de alma y de cuerpo. Encuentro que es una buena marca. Un autor joven de Valdivia, de Osorno o de Puerto Montt, no tiene la misma expresión verbal de la capital, o del norte o de Talca. Hay una marca registrada que, para saber descubrirla, hay que saber de donde viene. Y yo creo saberlo, porque no en vano llevo más de setenta años caminando sobre la tierra y siempre rodeada de poesía, escrita o hablada... Más bien hablada que escrita, porque vengo de casas campesinas, no de casas llenas de bibliotecas. Entonces siento que las generaciones jóvenes son capaces de conservar con otro lenguaje un sello identitario absolutamente definido y eso me llena de orgullo como poeta chilena. Esa cosa lárica, que yo también la tengo, que es escribir de nosotros mismos, desde nosotros mismos, pero con una mirada generosa y amplia, no creyéndonos siempre el ombligo del mundo o el hoyo del queque. Yo sé que estos niños, como decimos en el sur, “estos chicos”, encontraron la hebra o la veta de la madera para seguir manteniéndola con la firmeza y la nobleza de los robles pellines que viven dos mil años, o tres mil años. Agrandar los horizontes La globalización encuentro que declara todo homogéneo, una cierta manera de hablar, de vestirse, de llorar o de alegrarse, porque inconscientemente los sudamericanos -y más los de finis terra- tratamos a través de la televisión o de todos los medios que hay ahora, de agrandarnos o identificarnos con lo de afuera, no se por qué… Bueno, por qué no… A lo mejor en un afán secreto de superación o de evolución. Tratamos de identificarnos con los grandes países, con las grandes potencias económicas y culturales, buscando una forma de decir o de crecer o de producir. Entonces dicen: “éste es internacional”, “ésta es una pintora que traspasó los límites de Chile o de América”. Eso me provoca un cierto miedo por el riesgo de la pérdida de la identidad. La Mistral y Neruda no se globalizaron en su expresión. En sus contenidos sí, pero no en sus formas expresivas, como quien dice, en su forma de vestirse. Yo notaba en Pablo siempre un interés profundo por conocer los secretos de la tierra. Por ejemplo, íbamos a pescar al río Damas y me acuerdo que me decía “enséñame a usar el anzuelo”… Porque Pablo era torpe de mano. Yo le decía “fíjese que ahora se pesca con mosca o con caimán… “No, Delia” me decía. “Enséñame con anzuelo, con sapito”. Él, que había sido embajador en Francia, que tenía todos los honores de la tierra y era hijo de un conductor de tren de carga. Me preocupa la globalización como amenaza de pérdida de identidad de nuestro modo de ser, pero por otra parte pienso que tal vez sea positiva, en el sentido de conocer otras culturas y de agrandar los horizontes. Truenos y relámpagos Las imágenes del sur están vinculadas al clima, al paisaje, a todos los elementos naturales. Las imágenes están absolutamente acordes a los estados del alma, estados humanos en relación con el paisaje y sus visiones. El agua, esas nieblas arrastradas tremendas, los vientos que me paralizan. Les tengo miedo a los vientos, a la lluvia no. Pero esos vientos roncadores que hay de repente, esos norte que atraviesan nuestra provincia… Y también le tengo bastante miedo a las tormentas eléctricas. Hace no muchos años cayó un rayo en un pellín, cerca de mi casa, y lo partió quemado de arriba abajo, a cien metros de mi casa. Entonces, cuando hay relámpagos y truenos, yo sé que son cartas en el cielo, pero me da miedo leerlas, porque me puede pescar la corriente. Este paisaje es como un poncho que te abriga, esencialmente verde oscuro y verde claro. Verde oscuro primero, cuando existe la cerrazón de lluvia. Y aprender a adivinar cosas con los cambios de luz y los mensajes que llegan a través de los rayos del sol y de las nubes. Siempre el paisaje te está comunicando algo. Por eso digo: “El sol mira para atrás”, que se usa mucho entre los campesinos del sur, cuando tienen que llamar agua. No soy huevo huero Yo soy una mujer de profunda fe y pienso que es cosa del Altísimo hacer que todo este enjambre, esta mezcla que se ha hecho de sangre y de cultura, la veo como una señal de prolongación de la cultura; y sobre todo en nuestro campo, de la literatura y de la poesía chilena. Con todos estos ingredientes tan distintos va a lograr, o ya logró, una claridad tremenda que va a iluminar toda esta punta de América. Así lo siento. Tengo un huevito de esperanza aquí y de certeza de que eso va a ser así, porque de repente recibo avisos del más allá, avisos de Dios, del Cristo Dios como le digo yo. Yo sé que nada de esto es en vano. Todo va a rendir su fruto en gente que ya no veré con mis ojos, pero de alguna manera la sentiré con el espíritu y eso me alegra mucho, fíjate. No soy huevo huero, soy huevo que da pollitos. Las del patio de atrás Las mujeres no han tenido el reconocimiento que merecen. El Premio Nacional de Literatura tiene más de sesenta años y se le ha dado sólo a tres mujeres. Con la vergüenza de que a la Mistral se lo dieron cinco años después que el Nóbel. Después se lo dieron a la Marta Brunet y me acuerdo que me tocó entrevistarla. Y por último, el año 82 me tocó entrevistar a la última, que fue Marcela Paz, la de Papelucho. Y cuántos años hay del año 82 hasta ahora? ¡Veintiséis años! La discriminación ha sido tangible, evidente. A pesar de todos los virajes que ha habido en las miradas del mundo y lo que se habla de la democratización y de la igualdad, yo pienso que sigue habiendo una mirada machista, que las mujeres somos como quien dice “de distinto patio”. Entonces, “pasen a las pobrecitas del patio de atrás, para adelante”. Un ejemplo fue la María Luisa Bombal, que también la fui a entrevistar en un momento dramático Ella estaba muy pobre, internada en una clínica, aquí en la Avenida Salvador. La vino a ver Jorge Luis Borges en el último viaje que hizo a Chile, porque eran muy amigos… Me mandaron a entrevistarla, y ¿sabes qué me dijo?.. “Delia, tú eres muy joven. No me entrevistes, porque estoy muy enferma, muy vieja y muy desalmada”. Y yo no la entrevisté. Me dio una pena tremenda. A estas alturas del 2008, sigue habiendo una mirada como de quinto patio hacia la mujer, tanto en la creación del arte como en los trabajos, en la vida pública. No hay un reconocimiento explícito, siempre tienes que andar tú con más merecimientos y más poderes que te empujen para obtener lo que es justo. ¡No me mates, que ya me jodiste! Decía la gente de Osorno: “a la Delia le pasó lo que a la Gabriela Mistral”. Porque yo estaba de ilusión, con un muchacho de allá. Estábamos pololeando, hacía tres o cuatro años. Me encontraba en Santiago haciendo diligencias y de repente llega una mucama del Hotel Crillón y me dice: “¡Qué mala es la gente de su tierra!” y me tiró el diario. “Fíjese que mataron a un joven de cinco balazos.” No lo puedo creer, le dije. Cogí el periódico y leí la noticia. Era mi novio… Yo me quedé…no sé cómo…y luego escribí una elegía producto del amor joven y de todos los sueños que nos descogotaron con esos cinco balazos. El tipo que lo asesinó estuvo cinco años preso. Dicen que Milton le dijo “¡No me mates, que ya me jodiste!”. Y le pegó otro tiro, que rebotó -mira como es el destino- en el tapabarro de la camioneta y se viró justo hacia su corazón. Y ahí cayó. Entonces me quedó la sensación de que si yo me casaba con otra persona, yo estaba engañando a Milton, porque teníamos el matrimonio en la cabeza con todas las ilusiones.. Así que cada vez que voy al cementerio de Osorno y paso frente a la tumba de Milton, le tiro una rezada. Y después me voy a ver mi mamá. La poesía como sublimación La gracia es que no me quedé amargada. No soy una mujer frustrada. Todos los días rezo y le pido a Dios que me tenga las ampolletas encendidas y sea capaz de amar al ser humano. Yo tengo un amor humano por toda la gente. Soy amiga del viejo que cuida los autos de allá abajo. Nos saludamos de beso, somos amigos. Tengo un poder de amor y le doy gracias a Dios y siento el amor de la gente, también. Tengo el amor de los niños, de los jóvenes, de los poetas, de la gente como tú, que eres antropóloga y escritora… Tengo el orgullo de ser la mamá literaria de la Sonia Montecinos, porque yo salía a bailar con el papá de ella... Ella es de Osorno, hija de Max Montencinos, la conozco desde los abuelos y sé donde tenían el campo. La Sonia donde voy, dice “mi mamá literaria”. Lo bueno es no sentirme vacía. Mi poesía está llena de amor y de ternura, nunca de odio. Me ensuciaría el alma y me sentiría jodida sin ella. Me siento una mujer que produce cosas, tengo la necesidad de dar amor y de compartirlo. ________________________________________ Entrevista realizada por la antropóloga Claudia Arellano Hermosilla, el 6 de agosto de 2008, en Santiago. Edición de Clemente Riedemann. Antropología Poética de Chile / en busca de la Suralidad. Proyecto Fondart Regional Los Lagos, 2008. http://www.suralidad.blogspot.com/ © Suralidad Ediciones

1 comentario:

Antonieta Rodríguez París dijo...

Muy bueno el texto "la abuela de las grandes tierras del sur" dedicado a Delia Dominguez, felicitaciones por
eso y por el blog, los saluda cordialmente
Antonieta